Preguntas Confirmación 17/11/2016
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Unas preguntas tipo test. Marca la respuesta verdadera
1.¿Dónde aprendemos a vivir como cristianos?
a) En la Biblia: ahí es donde puedo aprender todo lo necesario para ser buen cristiano.
b) En el fuero interior de la personal, donde debo formar mi propio juicio sobre lo que creo y lo que no.
c) En la familia y en la catequesis, donde nos enseñan a conocer, amar e imitar a Jesús.
2.¿Por qué la Santa Cruz es la señal del cristiano?
a) Por tradición: impresionó tanto a los discípulos que el Maestro muriera clavado en la cruz que quedó como señal de todos los que le seguimos.
b) Porque fue elegido como símbolo de los cruzados en la Edad Media, y eso se transmitió a toda la cristiandad en el arte y la literatura.
c) Porque en ella murió Jesús por amor a los hombres, para salvarnos del pecado.
3.¿Quién nos transmite la Palabra de Dios?
a) La Iglesia.
b) Los sacerdotes.
c) La Biblia o Sagrada Escritura.
4.¿Qué es el Credo o Símbolo de la fe?
a) Es una oración que se reza en Misa los domingos.
b) Es un resumen de la fe que confieso tener como cristiano.
c) Es una oración antigua que contiene imágenes o símbolos que resumen escenas de la Biblia.
5.¿Qué profesamos en el Credo?
a) Que Dios existe.
b) La fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
c) La fe en Dios y en su plan de Salvación.
6.¿ Cuál es el centro de la fe cristiana?
a) El misterio de la Santísima Trinidad.
b) El amor al prójimo.
c) La figura de Jesús de Nazaret.
Respuestas a las preguntas anteriores
1.¿Eres cristiano? ¿por qué?
a) Sí, soy cristiano porque así me educaron mis padres.
Incorrecto. La fe se educa a través del colegio, la familia, la parroquia,…pero no consiste básicamente en una transmisión cultural o de costumbres, sino que es una iniciativa de Dios, que llama al hombre a seguirle y le da su gracia.
b) Sí, soy cristiano por decisión personal.
Incorrecto. La fe no es una iniciativa nuestra, sino que es iniciativa de Dios, que llama al hombre a seguirle y le da su gracia. Naturalmente, el hombre ha de responder que sí; pero lo nuestro es una respuesta.
c) Sí, soy cristiano por la gracia de Dios.
CORRECTO. Ser cristiano es una gracia, un regalo, un don concedido por Dios. No es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros méritos.
2.¿Qué es la gracia?
a) La gracia es una actitud optimista que nos permite enfrentarnos a los retos de la vida con alegría.
Incorrecto. Eso que dices puede ser una consecuencia de la gracia; pero no es una actitud, sino un don, un regalo de Dios que no depende del carácter optimista o pesimista de las personas.
b) La gracia es la participación en la vida de Dios. Es la ayuda que Dios nos da para responder a su llamada.
CORRECTO
c) La gracia es la fuerza que viene del fondo del corazón y que nos permite ser mejores.
Incorrecto. La fe no proviene del interior de la persona, sino de Dios. Es un regalo, un don misterioso que nos permite superar nuestras tendencias naturales y seguir a Dios.
3.¿Quién es cristiano?
a) Es cristiano quien ha recibido el Bautismo.
Incorrecto. Es una afirmación incompleta. Cristiano es el discípulo de Cristo, el que le sigue. Para seguirle hay que bautizarse, pero también imitarle.
b) Cristiano es quien cree en Jesús y ha recibido el Bautismo.
CORRECTO
c) Es cristiano quien cree en Jesús.
Incorrecto. No basta con creer, sino que hay que estar bautizado, porque Él así lo pidió. Quien cree, se bautiza. Los padres bautizan a sus hijos porque quieren transmitirles su fe
4.¿Cómo nacemos a la vida cristiana?
a) Por el don de la fe y el Bautismo en la Iglesia.
CORRECTO
b) Por decisión personal.
Incorrecto. A la vida cristiana se nace por el Bautismo. Hace falta que la decisión personal de seguir a Cristo exista, pero no eres cristiano si no recibes el Bautismo. Si una persona no pudiera recibirlo, por lo menos debería desearlo.
c) Por decisión de nuestros padres.
Incorrecto. Los padres deben tomar la decisión de bautizar a sus hijos, pero no les dan la fe: la fe viene de Dios. Evidentemente necesita la colaboración de los padres, pero ellos no dan la fe
5.¿Cómo aprendemos a vivir como cristianos?
a) Intentando hacer lo que nos dicen nuestros padres, en la parroquia, en el colegio.
Incorrecto. Es verdad que esto ayuda, pero no hay que olvidar que para ser cristiano se requiere la oración personal (escuchar la Palabra de Dios), acudir a los sacramentos (Confesión y Eucaristía principalmente) y amarnos siguiendo el ejemplo de Cristo (Cristo es nuestro modelo, no nuestros padres ni el sacerdote de la parroquia).
b) Escuchando la palabra de Dios, celebrando la Eucaristía y amándonos como Jesús nos enseñó.
CORRECTO
Caso: Fernando y su padre
Lee con atención y piensa las preguntas que se formulan
Fernando (16 años) admira a su padre, cuyo trabajo es de alto ejecutivo en un banco. Ha decidido estudiar Ciencias Empresariales, porque quiere llegar a ser como él.
Un día su madre le dice que rece por el trabajo de su padre, porque está pasando por un momento difícil. Fernando se queda muy sorprendido —es lo último que podía imaginarse—, y empieza a rezar frenéticamente. Asiste a Misa y reza el Rosario diariamente, y aprovecha otros momentos para encomendar el problema, como por ejemplo el autobús escolar, en el que se sienta solo y no habla con nadie.
Al cabo de tres semanas ve volver a su padre a casa muy abatido. Se entera de que los temores se han cumplido, y de qué ha sucedido. Por unas rivalidades y un error en un crédito concedido, han jubilado anticipadamente a su padre, truncando así su carrera ascendente y sus expectativas. En los días siguientes Fernando ve cómo su padre ha caído en un estado depresivo, sin hacer otra cosa que ver la televisión.
Fernando, muy afectado, da vueltas en su cabeza a todo el asunto. Piensa que su padre —y su madre, a quien ve sufrir en silencio— no se merecen lo que ha ocurrido, y que además él ha rezado mucho —como no había rezado en su vida— y no ha servido para nada. Ha rezado “de verdad” y Dios no le ha escuchado. En una ocasión en que está solo con su madre, se desahoga, diciendo lo que pensaba, y que “no había derecho a que Dios los tratara así”, que “no podía comprender el por qué de todo esto”, que “no habían hecho nada para merecerlo”, y que por tanto “Dios era injusto”.
Sorprendentemente para Fernando, que esperaba otra reacción, su madre le riñe. Le dice que no diga esas cosas, porque no está bien. Añade que no tiene por qué entender todo, y menos a Dios. Y le sugiere que siga rezando, para que la cosa acabe bien. Fernando se queda solo pensando: no quiere que se repita lo anterior, pero “algo habrá que hacer”. De repente, ve una solución, y en un arranque hace una promesa a Dios de que irá a Misa todos los días si se arregla lo de su padre.
Un mes más tarde su padre recibe y acepta una oferta de un trabajo semejante al que tenía. En pocos días todo vuelve a ser como antes. Fernando empieza a ir a Misa a diario, pero al cabo de una semana deja de ir algún día, y después de tres ya sólo va los domingos. A veces, su conciencia le recuerda que hizo una promesa, pero él trata de disculparse pensando que cuando era pequeño también decía con cualquier motivo un “te lo juro” —sobre todo cuando no le creían—, y a veces lo que decía no era verdad sino una “mentirijilla” para salir del paso, y que cuando se confesaba de estas cosas el sacerdote nunca pareció darles mucha importancia. De todas formas, no consigue quedarse tranquilo del todo, a la vez que piensa que se precipitó sin calcular mucho lo que prometía, y no sabe cómo salir de la situación en que se ha metido.
Preguntas que se formulan:
— ¿Puede decirse, como dice Fernando, que “ha rezado de verdad”? ¿Cumplía los requisitos de una buena oración? ¿Cómo tenía que haberlo hecho? ¿Es cierto que Dios “no la ha escuchado”? ¿Por qué?
— ¿Hay alguna expresión injuriosa para con Dios? ¿Es una blasfemia? ¿Por qué? ¿Hace bien su madre en reñirle? ¿Es correcto lo que le dice a Fernando? ¿Podrías completarlo?
— ¿Es imprudente Fernando cuando hace la promesa? ¿Por qué? ¿Es a pesar de ello válida? ¿Puede decirse que es un voto? ¿Por qué? ¿Obliga gravemente?
— ¿Qué valoración moral tienen los juramentos a los que se alude? ¿Hay pecados graves? ¿Y leves? ¿Si el sacerdote “nunca pareció darles mucha importancia” es porque era materia leve o puede ser por otro motivo?
— ¿Qué debería hacer Fernando? ¿Qué salidas razonables puede haber para una situación así?
Comentarios sobre el Caso Fernando y su padre
“Y en un arranque…”. Ése es el problema de Fernando: que hace las cosas “por arranques”, con precipitación. Pesa más el estado de ánimo del momento que una decisión bien meditada. Porque cuando se pone a Dios por medio las cosas son serias, y seriamente hay que tratarlas. Es de lo que trata el segundo mandamiento. “No tomarás el nombre de Dios en vano” no se refiere solamente al nombre de Dios, sino a su persona: al trato con Dios y a lo que hace referencia a Dios.
El principal trato con Dios —dejamos aquí aparte a los sacramentos— es la oración. La oración por antonomasia, el modelo de oración, es el que nos enseñó Jesucristo: el Padrenuestro. En él se dice que, ante todo, “hágase tu voluntad”; después, pedimos “el pan nuestro de cada día”, porque verdaderamente lo necesitamos. Lo que no pedimos es una vida cómoda y bien instalada. ¿Está mal entonces pedir lo que Fernando pedía? No: lo que no está tan bien es cómo Fernando pedía. Más que la voluntad de Dios, quería que Dios se acomodase a la suya. Su indignación posterior pone de manifiesto que lo que pretendía era exigir a Dios que concediera lo que él deseaba. Y es verdad que lo que Dios quiere es nuestro bien, pero nuestro bien consiste sobre todo en una vida virtuosa, no en una vida cómodamente instalada. En este sentido, se ve que las dificultades pasadas por su familia son para bien: al menos en el caso de Fernando, le hacen dirigirse a Dios, a quien parece que tenía bastante olvidado. La oración debe ser humilde —aquí no lo es tanto, porque Fernando parece no saber ponerse en su sitio—, confiada y perseverante —en el caso de Fernando, aunque él creyera lo contrario, no lo es tanto, como se ve más tarde, a la hora de cumplir sus promesas—.
Tiene razón la madre de Fernando en reñir a su hijo. No puede pretender que sea él quien sepa, mejor que Dios, qué les conviene en cada caso. Pero es que además lo que ha dicho Fernando es grave. Si honrar el nombre de Dios es el precepto, usarlo en vano es ya un pecado —normalmente, no es grave—, pero lo peor —y esto sí es muy grave— es la injuria a Dios: la blasfemia. Para que se dé ésta no es necesario que se utilicen palabras soeces: basta con atribuir a Dios alguna descalificación. Decir, como dice Fernando, que Dios es injusto, es nada menos que decir que Dios es inmoral, y eso no es una nimiedad precisamente. A veces, este tipo de blasfemias pueden ser peores que otras malsonantes, pues estas últimas con frecuencia se dicen irreflexivamente, mientras que las primeras pueden decirse “fríamente”, siendo consciente de lo que se dice.
En este mandamiento se incluyen el voto y el juramento. Empecemos por este último. Consiste en poner a Dios por testigo de lo que se dice o lo que se promete. Esta referencia a Dios convierte al juramento en algo muy serio. Por eso, cuando se jura a la ligera, es como si se tomara el nombre de Dios en vano, y está mal, aunque si no pasa de ahí el pecado no es grave. De todas maneras, quien recurre a ello con demasiada facilidad tendría que ver cómo va su veracidad: porque si tiene que recurrir a esto para que le crean es que ha perdido crédito su palabra, y esto sólo ocurre cuando se miente con frecuencia. Cosa distinta es jurar en falso —”perjurio”—: esto sí es grave, un pecado mortal cuando se hace conscientemente. Y si los recuerdos de Fernando acerca de la poca importancia que les daba el sacerdote cuando era pequeño son ciertos, esto podía deberse a que él no se explicó bien, o, más probablemente, a que entonces él no sabía bien qué significaba jurar, como suele ocurrir entre los niños pequeños.
El llamado “voto” coincide, normalmente, con lo que se suele denominar “promesa”. Los votos que hacen los religiosos son un determinado tipo de votos, con unas características particulares y un contenido determinado. Pero la noción de voto es mucho más amplia. Es una promesa hecha a Dios deliberadamente de algo bueno, y mejor que su contrario. Es precisamente lo que hace Fernando. Y obliga, y gravemente. Por eso la prudencia aconseja pensar muy bien lo que se va a prometer a Dios antes de hacerlo. Pero la prudencia no es el fuerte de Fernando. Y, efectivamente, parece que se mete en un callejón sin salida. Si fuera más prudente, iría a pedir consejo —al confesor, por ejemplo—, y encontraría la solución. Y es que la Iglesia es madre, y ha previsto la posibilidad de que haya promesas imprudentes hechas por insensatos. Fernando tendría que ir al párroco, y éste podría conmutar el contenido de la promesa hecha por otro más asequible y más sensato (cfr. Código de Derecho Canónico, can. 1196 y 1197). Pero, hasta que ello no suceda, la promesa sigue vigente.
Para tu lectura personal
Del Catecismo de la Iglesia Católica
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
«No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Ex 20, 7; Dt 5, 11).
«Se dijo a los antepasados: “No perjurarás”… Pues yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5, 33-34).
- El Nombre del Señor es santo
2142 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas.
2143 Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).
2144 La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión:
«Los sentimientos de temor y de “lo sagrado” ¿son sentimientos cristianos o no? […] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan Enrique Newman, Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2).
2145 El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe sin ceder al temor (cf Mt 10, 32; 1 Tm 6, 12). La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
2146 El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir, todo uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos.
2147 Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en cierta manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10).
2148 La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a “los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos” (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.
La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave (cf CIC can. 1396).
2149 Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino.
«El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido a su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo allí donde se le nombra con veneración y temor de ofenderle» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 5, 19).
- Tomar el Nombre del Señor en vano
2150 El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor. “Al Señor tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás” (Dt 6, 13).
2151 La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios. Como Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está de acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad misma. El juramento, cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira.
2152 Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto hacia el Señor que es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una obra mala es contrario a la santidad del Nombre divino.
2153 Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno… sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.
2154 Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (CIC can. 1199, §1).
2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.
Jesús enseña a orar
2607 Con su oración, Jesús nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su propia oración al Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre “en lo secreto” (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión se centra totalmente en el Padre; es lo propio de un hijo.
2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que “busquemos” y que “llamemos” porque Él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: “todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido” (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, “todo es posible para quien cree” (Mc 9, 23), con una fe “que no duda” (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la “falta de fe” de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la “poca fe” de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la “gran fe” del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe no consiste solamente en decir “Señor, Señor”, sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En Jesús “el Reino de Dios está próximo” (Mc 1, 15), llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46).
2613 San Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, “el amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: “Llamad y se os abrirá”. Al que ora así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”, y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, “la viuda importuna” (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. “Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
La tercera parábola, “el fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. “Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador”. La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: ¡Kyrie eleison!
2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es “pedir en su Nombre” (Jn 14, 13). La fe en Él introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con Él en el Padre que nos ama en Él hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es “otro Paráclito, […] para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él: “Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto” (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso [cf Mc 1, 40-41], de Jairo [cf Mc 5, 36], de la cananea [cf Mc 7, 29], del buen ladrón [cf Lc 23, 39-43]), o en silencio (de los portadores del paralítico [cf Mc 2, 5], de la hemorroisa [cf Mc 5, 28] que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora [cf Lc 7, 37-38]). La petición apremiante de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9, 27) o “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe: “Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!”.
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis(“Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros”) (Enarratio in Psalmum85, 1; cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 7).
III. La confianza filial
2734 La confianza filial se prueba en la tribulación, ella misma se prueba (cf. Rm 5, 3-5). La principal dificultad se refiere a la oración de petición, al suplicar por uno mismo o por otros. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o “eficaz”.
Queja por la oración no escuchada
2735 He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos convencidos de que “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los “bienes convenientes”? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8), pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 “No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones” (St 4, 2-3; cf. todo el contexto de St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, “adúltero” (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. “¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros” (St 4,5)? Nuestro Dios está “celoso” de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:
«No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cunado perseveras en la oración» (Evagrio Pontico, De oratione, 34).
Él quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos» (San Agustín, Epistula 130, 8, 17).
Para que nuestra oración sea eficaz
2738 La revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.
2739 En san Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.
2740 La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.
2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y en favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
- Perseverar en el amor
2742 “Orad constantemente” (1 Ts 5, 17), “dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 20), “siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef 6, 18).“No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar” (Evagrio Pontico, Capita practica ad Anatolium, 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:
2743 Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros “todos los días” (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina […], intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6).
2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él?
«Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil […]. Es imposible […] que el hombre […] que ora […] pueda pecar» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 5).
«Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente» (San Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, pars 1, c. 1)).
2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. “Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).
«Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: “Orad constantemente”» (Orígenes, De oratione, 12, 2).